Somos seres
rutinarios. Todos y cada uno de nosotros tenemos una rutina cotidiana a la que,
sin querer, amamos.
Defendemos que de
vez en cuando nos gustan los imprevistos pero que, por favor, no nos quiten ese
café de cada mañana. Decimos que nos gustan las sorpresas pero que no nos roben
nuestro tiempo inútilmente al que cada día dedicamos a lo mismo. Nos encanta el
placer de abrir la puerta de aquello al que llamamos hogar y pensar: “que bien,
ya estoy en casa”. Nos tumbamos en el sofá normalmente a la misma hora cada día
y no podría describir con palabras como nos gusta esto después de aquél día tan
duro. Arreglarnos nos captiva, pero que nada ni nadie nos robe esos zapatos tan
cómodos que llevamos cada día.
La rutina nos da
estabilidad. Echamos en falta nuestra cotidianidad cuando estamos fuera del que
llamaríamos “zona de confort” o “nuestro territorio”. Porque esa “zona de
confort” nos hace sentir seguros y que estamos como en casa, pero de verdad,
amigos amantes de lo cotidiano; a veces que te alteren tu cotidianidad te hará
abrir los ojos, te permitirá tomar aire fresco y te dará nuevas visiones. Porque, en realidad, ¿qué es nuestra casa, nuestro hogar, nuestro territorio? ¿una vivienda? ¿otra persona? ¿nuestros propios huesos?
La desconexión y los
cambios tienen cosas que no nos gustan pero siempre, siempre nos van a aportar
algo nuevo ¿y para que estamos aquí si no es para intentar aprender a vivir?
Lo más curioso es
que una vez adaptados a un cambio se vuelve a convertir en cotidiano y
rutinario porque estamos hechos para ser amantes de lo cotidiano, y no podemos
evitarlo.
Con amor desde un
tren de este maldito mundo,
M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario